Palestina. En el norte de Cisjordania, la guerra colonial cobró otra dimensión

Tras el alto el fuego en Gaza, a mediados de enero de 2025, Israel anunció que la intensificación de sus operaciones en Cisjordania también formaba parte de sus “objetivos de guerra”. Desde entonces, hay más de 40.000 desplazados. Y desde el 7 de octubre de 2023, en Cisjordania han muerto más de 900 palestinos a manos del ejército o de los colonos israelíes. Reportaje.

Un grupo de soldados está registrando una bolsa cerca de una mujer en un entorno urbano deteriorado.
Nur Shams, 11 de febrero de 2025. Soldados israelíes inspeccionan a una palestina que sale de su casa para refugiarse durante una incursión del ejército israelí en el campamento de refugiados de Nur Shams, cerca de Tulkarem, en Cisjordania ocupada.
Zain JAAFAR / AFP

En un rincón soleado del estacionamiento de un salón de bodas en los alrededores de Tulkarem, Adel Irani se acerca dos sillas de plástico y sienta a sus hijas, Sidar, de nueve años, y Sima, de cinco. Detrás de ellas, las últimas lluvias de invierno tapizaron con un verde vivo las colinas del norte de Cisjordania. Las hijas están afuera todo el día, y no pisan la escuela desde hace más de un mes, cuando en plena noche huyeron de su casa en el campamento de refugiados de Nur Shams, un poco más abajo. Su padre vuelve regularmente por allí, a escondidas, para llevar víveres y sobre todo agua a su madre y a una hermana inválida, que se quedaron con otra hermana que las cuida. “Están solas. La mayoría de mi familia, mi hermano, primos y mi esposa están aquí”, dice Adel, de ojos verde claro rodeados de ojeras.

El 9 de febrero, a las 2 de la madrugada, este palestino de 45 años se despertó por los “ruidos de una explosión”. “Iluminamos toda la casa, abrimos todas las puertas”, para evitar que los soldados sospecharan cualquier actividad sospechosa, describe Adel con voz tranquila. Su vecino, dice, murió en la explosión de su puerta de entrada. Los militares israelíes primero utilizaron un dron equipado con una cámara para hacer un vuelo de reconocimiento en el salón de los Irani antes de ingresar ellos mismos a la casa y ordenarle a la familia que se fuera. “‘Tengo que buscar mis cosas, tengo hijos’, les dije. ‘Salga como está vestido’, me respondieron. Entonces tomé a mis hijas y salí”, relata Adel. Esa noche, los soldados mataron a Sondos Shalabi, de 23 años, embarazada de ocho meses. Su bebé no pudo ser salvado dado que los israelíes bloquearon el acceso del auxilio médico, informó el Ministerio de Salud palestino. El esposo de Sondos sufrió graves heridas. Como de costumbre, el ejército israelí anunció que abriría una investigación del caso.

Según la UNRWA, la agencia de la ONU que asiste a los refugiados palestinos, unos 40.000 palestinos han sido obligados a dejar su residencia desde mediados de 2025, luego de que Israel lanzara una enésima operación militar, esta vez denominada “Muro de hierro”, en los campamentos de refugiados de las gobernaciones de Yenín, Tulkarem y Tubas, en el norte de Cisjordania ocupada. Muchos fueron a las casas de sus allegados, otros alquilaron habitaciones y dieciséis familias, incluidos los Irani, aterrizaron en Kafr al-Labad, en la sala de bodas requisada para la ocasión. El ejército israelí desmiente expulsar a los habitantes y afirma, en cambio, que parten de forma voluntaria para evitar los combates. “Las fuerzas israelíes recurren a ataques aéreos, a topadoras blindadas y a explosiones telecomandadas en Cisjordania”, denunció la UNRWA en la red social X el 10 de febrero de este año. “Estas tácticas militares volvieron inhabitables los campamentos del norte.”

Terminar con los campamentos

Con la entrada en vigor del alto el fuego en Gaza, el 19 de enero de 2025, el gobierno israelí se concentró en Cisjordania y dio a conocer su intención de incluir entre sus “objetivos de guerra” el refuerzo de las “operaciones ofensivas” en el territorio. Desde entonces, el ejército israelí mató a 100 palestinos, incluidos ocho niños, la mayoría en las gobernaciones del norte. También murieron tres soldados israelíes. En Kafr al-Labad, las imágenes de Gaza devastada evocan en todos los habitantes el éxodo de sus padres y abuelos durante la Nakba, luego de la creación de Israel. “No es como en Gaza”, corrige Adel Irani. “Aquí no hemos visto a nadie atacar a Israel. Y la Autoridad Palestina, que debería estar de nuestro lado, se queda tranquilita en sus cuarteles.” El ejército israelí combate en los campamentos del norte de Cisjordania a grupos que desde hace tres años volvieron a la lucha armada contra la ocupación. Originarios de Yenín, los batallones se extendieron a Tulkarem, Nur Shams y Tubas. Adel hace una mueca y se rasca la barba color pimienta y sal de unos días que le cubre las mejillas. Para él, Israel sabe muy bien dónde se encuentran las armas y los combatientes. Pero el ejército cierra los ojos para tener un pretexto para atacar los campamentos de refugiados:

¿Quién armó a esos hombres? ¿Cómo es que Israel no puede saber de qué manera entraron las armas? Cuando vinieron los soldados [el 9 de febrero], no había hombres armados en mi barrio. Los militares israelíes parecían tranquilos, se la pasaban en TikTok.

Adel está convencido: “Israel quiere terminar con los campamentos y con la cuestión de los refugiados palestinos”. La primera etapa, continúa, fue volver ilegal la UNRWA, la agencia de la ONU que les brinda apoyo. A fines de enero de 2025 entraron en vigor dos leyes: una prohibía sus actividades en Israel y en Jerusalén Este, mientras que la otra prohibía cualquier contacto con las autoridades israelíes.

Todos los desplazados de Nur Shams son descendientes de refugiados palestinos de 1948 y la mayoría provienen de Haifa y sus alrededores, a por lo menos un centenar de kilómetros, sobre la costa. Hasta el día de hoy, muchos sueñan con volver a vivir en la tierra de sus ancestros y reivindican el derecho de retorno, inscrito en la Resolución 194 de la Asamblea General de las Naciones Unidas del 11 de diciembre de 1948. La reciente expulsión despertó ese recuerdo traumático. Sentada a la sombra frente a las escaleras que llevan a la sala de matrimonios, Fatma Chihab observa a las otras mujeres que apilan patatas en barreños enormes para preparar la comida de ruptura del ayuno. A pesar de su elegante vestido negro de motivos violeta bordados, Fatma, de 63 años, parece tener muchos años más.

La Autoridad Palestina, ausente

¿Adónde irán los desplazados cuando vuelva la temporada de bodas y la emergencia se haya disipado en las mentes de todos, ahora que terminó Ramadán? Fatma quiere creer que volverá a su casa en unos días o, como mucho, algunas semanas. Sacude la cabeza cuando otros citan al ministro de Defensa, Israel Katz, que dio a entender que el ejército permanecería “por el año próximo” en algunas zonas de Cisjordania. “Insha’Allah, que sea pronto”, dice, mientras se ajusta el velo azul oscuro. “De todas formas, ¿adónde podemos ir?”. Su marido, Youssef, guarda cama en la sala reservada para los hombres, incapaz de caminar, conectado a una botella de oxígeno de manera permanente. Su estado desmejora.

En la entrada de la otra sala, más grande, donde viven las mujeres y los niños, se acumulan pilas de ropa, donaciones de los habitantes de la zona. En el fondo, sobre el estrado, el trono de la novia sigue intacto, rodeado de flores artificiales blancas. A ambos lados se tendieron sábanas para crear piezas y ofrecer un poco de intimidad. Se duerme poco en este cobertizo mal calefaccionado, el sueño se ha vuelto difícil de conciliar por el nerviosismo. “La gente de Kafr al-Labad es adorable, pero en mi casa estoy más cómoda”, farfulla Fatma Shehab.

Al lado, una mujer pierde la tranquilidad: “El gobernador solo vino una vez, antes de que llegáramos. ¡No hemos visto a la Autoridad Palestina por aquí!”. Después dice que no comprende “nada de esas cosas”, es decir, de la política. Muzna Abdallah tiene 33 años, y su hijo, de 3, silencioso sobre sus rodillas, es discapacitado: “Tiene crisis de epilepsia, necesita sesiones de kinesioterapia y de ortofonía”. Hace un año y medio, durante una incursión israelí, sufrió una hemorragia en el cerebro. Hoy necesita medicamentos y cuidados constantes. No habla, no camina, ve y escucha mal. “Si mi hijo no hubiera necesitado un tratamiento, no me habría ido”, agrega la madre, vestida toda de negro. “Estoy acostumbrada al campamento, es mi casa, mi vida.”

Importación de los métodos de Gaza

Cisjordania es víctima de una brutal represión del ejército israelí desde la primavera boreal de 2021, iniciada por el denominado gobierno de unión nacional de Naftalí Bennett, que antecedió a la actual coalición de extrema derecha en el poder. Después del 7 de octubre de 2023, la violencia de los soldados y colonos israelíes no deja de aumentar. En las rutas de Cisjordania se leen por todas partes mensajes escritos en bloques de cemento que forman parte de la arquitectura de la ocupación y llaman a la venganza, la destrucción de Gaza o celebran la gloria de Israel. El nombre de los pueblos en árabe con frecuencia está borrado. Según el Ministerio de Salud palestino, desde el 7 de octubre los israelíes mataron a más de 910 palestinos. En un informe publicado el 10 de marzo, la ONG israelí B’Tselem denunció la “gazaficación” de Cisjordania, con la importación de métodos militares brutales que hasta entonces estaban limitados al enclave costero: desplazamiento forzado de la población, una política no oficial de flexibilización de las reglas de tiro para los soldados –también señalado por el periódico israelí Haaretz– que hizo explotar la cantidad de muertes de menores, y el empleo de los ataques aéreos a un nivel inédito desde la segunda intifada. Estos hechos van acompañados de declaraciones oficiales israelíes explícitas. “Tulkarem y Yenín se parecerán a Jabaliya y Shujaiya” amenazó el ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, el 11 de febrero, en referencia a las zonas de la Franja de Gaza que se convirtieron en inmensos campos de ruinas.

Las calles del campamento de Far’a, hacia Nablus, todavía exhiben los estigmas de las diferentes operaciones militares israelíes. El asfalto, tragado por las aplanadoras del ejército, les dio paso a caminos de tierra beige. Massoud Naajah nos recibe en la oficina de la asociación para discapacitados en la que trabaja, en el corazón de lo que parece un pequeño pueblo de unos 11.000 habitantes, según estimaciones de 2023. Muestra una larga cicatriz en la pierna. “Todavía me duele la rodilla”, explica el padre de familia, de 45 años. En sus ojos se observa otro dolor sordo. El 28 de agosto de 2024, Massoud estaba en la casa de su hermano. De repente, estallaron las redes sociales: el ejército realizaba una incursión en el campamento. El padre corrió a la terraza. Era una noche de fines de verano y en los pequeños apartamentos del campamento hacía un calor agobiante. Tres de sus hijos pasaban la noche en el techo y a veces incluso dormían allí. Massoud les pidió que bajaran, por temor a que quedaran demasiado expuestos. Apenas bajó, lo derribó la onda expansiva de una explosión.

“Cayeron dos bombas”, dice. Dos de sus hijos, Mourad, de 14 años, y Mohammed, de 17, murieron en el acto; su tercer hijo, Bashar, de 27, resultó gravemente herido. Su padre también sufrió lesiones en la pierna y el torso. Otro misil mató a dos combatientes en la calle: Ibrahim Ghanimah, de 22 años, y Ahmad Nabrissi, de 23. Cuando su hermano subió al techo, relata Massoud con una voz sin timbre, vio que su hijo “tenía la cabeza cortada y el cuerpo del otro estaba en pedazos”. Los soldados bloquearon el acceso de la ambulancia “durante seis o siete horas”, agrega. La familia igualmente pudo evacuar a los heridos un poco antes, llevándolos a través del campamento. Su hijo Bashar fue operado a comienzos de marzo. “Vivimos con un sentimiento de desesperanza constante”, dice, pudoroso, el padre. Desde el 7 de octubre de 2023, en el campamento murieron 32 palestinos, de los cuales diez eran combatientes y siete, menores, señala Massoud. Otras 3.000 personas fueron desplazadas al comienzo del año. Contrariamente a los evacuados de otras ciudades del norte de Cisjordania, les permitieron regresar. “Me ayuda mucho la solidaridad del campamento, me permite mantenerme fuerte”, murmura Massoud. “Si no, me sentiría solo y no me quedaría aquí.”