
El duelo no es solo una experiencia personal, también es una práctica social y cultural, arraigada en rituales colectivos que permiten reafirmar una identidad común. Pero en contextos de dominación colonial, este acto también se instrumentaliza. En el caso de Palestina, la ocupación israelí interfiere sistemáticamente con el derecho de hacer el duelo. En muchos casos, la violencia del Estado israelí se hace presente en los funerales, se demuelen y desplazan cementerios, y las autoridades con frecuencia retienen los cuerpos de los palestinos fallecidos. Estas prácticas transforman el duelo en un espacio de control y represión, e impiden que las comunidades lloren a sus muertos según sus tradiciones culturales y religiosas.
Control total de los cuerpos
El concepto de “necropolítica”, teorizado por el historiador y politólogo camerunés Achille Mbembe, distingue en el poder colonial dos niveles de decisión vinculados al derecho de vida y de muerte: decidir quién puede vivir y quién debe morir, pero también configurar las condiciones en las que se produce la muerte1. El investigador se remite sobre todo a la ocupación colonial francesa en Camerún y al régimen de apartheid en Sudáfrica, dos contextos en los que el Estado ejercía un control total de los cuerpos, los entierros, los territorios y el derecho al duelo. Mbembe hace referencia a los “mundos de la muerte”: espacios en los que las poblaciones enteras son sometidas a una violencia permanente, privadas de protección jurídica y deshumanizadas.
Achille Mbembe identifica Cisjordania como la expresión contemporánea de esa lógica: un territorio fragmentado por los puestos de control militares, dominado por una vigilancia constante y una precariedad impuesta, donde el control del Estado se ejerce tanto por la fuerza letal como por la violencia burocrática. En este contexto, los funerales, las tumbas y hasta la posesión de los cuerpos se vuelven amenazantes para el opresor, porque reúnen, refuerzan la identidad colectiva y permiten la transmisión de una memoria transgeneracional. En ese caso, el duelo no es simplemente psicológico, se convierte en un acto de resistencia política.
En este contexto, cobra todo su sentido la denegación de enterrar: controlar a los muertos se convierte en otra forma de aniquilar la resistencia.
Sepulturas profanadas, cementerios acaparados
A Israel no le basta con matar a los palestinos. También libra una guerra contra su memoria. En enero de 2024, en Gaza, las fuerzas israelíes destruyeron con apisonadoras el cementerio Al Namsawi, en Jan Yunis. Desde el 7 de octubre de 2023, Israel destruyó al menos dieciséis cementerios en Gaza, según una investigación de CNN de enero de 2024.
En Jerusalén, donde las autoridades israelíes trabajan sistemáticamente para eliminar el patrimonio árabe e islámico, los cementerios se convirtieron en un blanco recurrente, en el marco de un objetivo más amplio destinado a judaizar la ciudad. Según el canal de televisión Al Jazeera, en 2017, las apisonadoras israelíes arrasaron una parte del Cementerio de los Mártires, cerca de la Puerta de los Leones, donde estaban enterrados más de 400 combatientes palestinos que defendieron Jerusalén en 1967. Sus restos fueron desplazados, y sus tumbas, destruidas, para permitir la construcción de un parque nacional bíblico.
Esa lógica de limpieza se extendió a otros cementerios, como el de Ma’aman Allah, en Jerusalén Oeste, y, en 2021, al de Al-Youssoufia, en Jerusalén Este, que también fueron destruidos, profanados y convertidos en parques, rutas y zonas turísticas controladas por Israel2. El cementerio de Ma’aman Allah (Mamila), que se remonta al siglo VII y es uno de los lugares de sepultura musulmanes más importantes de Jerusalén, ya que contiene los restos de compañeros del profeta Mahoma, de eruditos religiosos y de varias generaciones de jerosolimitanos, fue profanado sistemáticamente durante los últimos decenios. El Museo de la Tolerancia del centro Simon-Wiesenthal, cuya construcción duró más de veinte años, fue edificado en una parcela del cementerio. Inaugurado en 2023, el edificio, que se extiende a lo largo de 17.500 metros cuadrados, es cuatro veces más grande que el Centro Mundial de Conmemoración de la Shoá, en Jerusalén. Las obras todavía continúan, pero ya abrieron un café, un hotel, un jardín y una piscina, en otra parte del cementerio. La zona también fue transformada por la construcción del centro comercial de alta gama Mamila Mall y otros proyectos comerciales.
Estos ataques contra los cementerios se extienden a toda la Cisjordania ocupada. En marzo de 2023, por ejemplo, las autoridades israelíes ordenaron la demolición de siete tumbas en el pueblo de Al-Burj, en el sudeste de Hebrón. En todas partes de Cisjordania, los colonos y las fuerzas israelíes atacan constantemente los cementerios palestinos, como parte de una estrategia más amplia orientada a destruir casas, escuelas e infraestructura palestina. Detrás de estos actos, subyace una lógica: imponer un control demográfico y fortalecer así el dominio de Israel sobre la tierra, la historia y la memoria colectiva palestina.
Los funerales, un momento político
En Palestina y en toda la región, los funerales no son solamente momentos de duelo: son expresiones potentes de continuidad política y de identidad colectiva. En contextos en los que se restringen los desplazamientos y se vigila de cerca y se criminaliza cualquier reunión pública, los funerales siguen siendo uno de los pocos espacios en los que todavía es posible una movilización de masa. Así, se convierten en momentos en los que el duelo personal se cruza con la lucha nacional. En este contexto, el espacio funerario nunca se limita al individuo, sino que es fundamentalmente político. Desde la primera intifada, Israel responde a esas reuniones por la fuerza. Los funerales de masa, en particular cuando rinden homenaje a las víctimas de las fuerzas israelíes, se convierten en un momento de expresión política directa. Los cantos y las banderas representan el rechazo a normalizar la ocupación, a olvidar los muertos o a disociar la muerte de su origen político.
La represión israelí de los funerales se inscribe en una estrategia más amplia de control de la infraestructura social y simbólica de la resistencia. Por ese motivo, los cortejos funerarios se convirtieron en un nuevo frente de la represión. Las familias enlutadas, reunidas para enterrar a sus allegados, suelen ser víctimas de violencia: gases lacrimógenos, golpes, balas de goma… Los portadores del ataúd también la sufren. En junio de 2023, en Beit Ummar, en el norte de Al-Khalil, un cortejo que se dirigía hacia el cementerio local fue violentamente interceptado, y las fuerzas israelíes, que estaban desplegadas en la entrada de la ciudad, les bloquearon el acceso, de modo que lo que debía ser un adiós solemne se convirtió en un nuevo episodio de represión.
Un año antes, en mayo de 2022, durante los funerales de la periodista palestino-estadounidense Shireen Abu Akleh, muerta de un balazo en la cabeza mientras cubría una incursión israelí en Cisjordania, el cortejo fue víctima de la violencia policial. El alcance internacional del asesinato hizo que su funeral se convirtiera en un asunto de enorme preocupación para el Estado israelí. Antes del cortejo, las autoridades intentaron prohibir las banderas palestinas y ejercieron presión sobre la familia. Mientras los portadores del ataúd circulaban por las calles de Jerusalén, la policía cargó contra la multitud. El ataúd se tambaleó, y la escena conmocionó a todo el mundo. El mensaje era claro: impedir cualquier forma de comunión, cualquier manifestación capaz de fortalecer la unión del pueblo palestino. A pesar de eso, la ceremonia se transformó en un momento de reunión nacional.
Esa lógica se repitió hace poco en Líbano. El 23 de febrero de 2025, se reunieron en Beirut centenares de miles de personas durante los funerales de los dirigentes Hasán Nasralá y Hashim Safi Al Din, de Hezbolá. Mientras la multitud salía a la calle y decenas de miles de personas se reunían en el estadio donde tenía lugar la ceremonia, los drones israelíes sobrevolaban la ciudad. Según el canal de televisión israelí Channel 14, que se apoyaba en declaraciones del ex jefe del Estado Mayor Herzi Halevi, el ejército teanía planeado atacar el evento. La magnitud de los cortejos constituía una declaración fuerte: a pesar de meses de bombardeos israelíes que habían destruido la infraestructura de Líbano y desplazado a miles de civiles, el apoyo popular a Hezbolá seguía siendo fuerte. La movilización de casi un millón de personas en pleno corazón de Beirut, a pesar de las amenazas de nuevos ataques, fue percibida como una nueva forma de resistencia, de perseverancia. Israel lo vio como un momento de renovación.
El mismo día, en una violación directa del alto el fuego, Israel lanzó uno de los bombardeos más letales en el sur de Líbano. El objetivo era claro: extinguir la resistencia y recordar que ningún acuerdo garantiza la seguridad, ni en Palestina ni en Líbano.
Confiscación de los cuerpos
Otra medida aún más radical de Tel-Aviv para controlar el duelo: la denegación de restituir los restos de los palestinos y de los libaneses muertos a sus familias. Oficialmente, el Estado justifica esa práctica como una “medida disuasiva”, destinada a impedir la celebración de funerales. Esa política fue asumida públicamente luego de la “intifada de los cuchillos”, en 2015, cuando jóvenes palestinos efectuaron ataques contra soldados y colonos israelíes. La Alta Corte de Justicia de Israel3 autorizó entonces al Estado a conservar los cuerpos como moneda de cambio durante eventuales negociaciones con las facciones armadas. Según la ONG palestina Al-Haq, la ocupación israelí tiene una larga historia de disimulación sistemática del paradero de los palestinos a los que mata, y recurre a las desapariciones forzadas y utiliza lugares de inhumación secretos conocidos con el nombre de “cementerios de los números”, donde las estelas de las tumbas solo contienen números. Una forma de castigo colectivo para las familias enlutadas.
Uno de los casos más emblemáticos es el de Ahmad Erekat, un palestino de 27 años muerto por soldados israelíes en un puesto de control cerca de Belén, en 2020. Las autoridades israelíes retuvieron su cuerpo durante más de diez semanas y le negaron a la familia el derecho a una sepultura digna. Un ejemplo más reciente es el de Mohammad Ghassan Khader Abed, un adolescente de 16 años muerto por las fuerzas israelíes en febrero, en el campamento de refugiados de Nur Shams. Su cuerpo también fue confiscado.
Según la ONG Campaña Nacional para la Recuperación de los Cuerpos de los Mártires, Israel sigue reteniendo los restos de 665 palestinos, muchos de ellos conservados en morgues o en los “cementerios de los números”. Israel conserva algunos de esos cuerpos desde las décadas de 1960 y 1970, y la cifra no incluye los confiscados desde hace un año y medio en Gaza, porque es imposible obtener información precisa al respecto.
Una empatía selectiva
El ataque de la policía israelí durante los funerales de Shireen Abu Akleh suscitó la atención mundial. La indignación fue inmediata: el ataque fue calificado de “lamentable” por Estados Unidos” y de “profundamente perturbador” por las Naciones Unidos. Pero fue tratado como un simple uso excesivo de la fuerza y, sobre todo, no tuvo ningún efecto posterior. Ninguna consecuencia. Ninguna responsabilidad.
Todo lo contrario ocurrió en febrero de 2025, cuando Hamás restituyó los cuerpos de la familia Bibas. El movimiento palestino hizo una puesta en escena de la restitución a Israel de cuatro ataúdes que contenían los cuerpos de esos rehenes capturados el 7 de octubre de 2023. En una plaza pública de Gaza se instaló una tarima rodeada de cámaras y de periodistas. Detrás de la escena, una bandera designaba a Benjamín Netanyahu como responsable de su muerte. Muchos medios de comunicación occidentales se indignaron ante esa puesta en escena, descrita como uno de los peores días vividos por los israelíes desde el 7 de octubre de 2023. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos calificó la entrega de los cuerpos como “abyecta y cruel”. La reacción emocional fue inmediata, masiva y sin ambigüedades.
Esta disparidad en las reacciones revela una empatía selectiva. Los relatos israelíes, incluso cuando son inexactos, gozan de una solidaridad mundial inmediata, mientras que las pérdidas y la violencia sufridas por los palestinos suelen ser recibidas con reacciones tímidas, o se las enmarca en lógicas de seguridad que sirven para justificar las acciones israelíes. Como explica la periodista Cecilia Dalla Negra en Orient XXI, el lenguaje utilizado por los medios occidentales juega un papel central en la percepción pública de Palestina y en la empatía global. Y para instaurar una distancia, despolitizar el sufrimiento palestino y disminuir las responsabilidades, se hace énfasis una y otra vez en la “complejidad” de la cuestión palestina. Esa presunta complejidad paraliza las opiniones como las acciones, y sugiere que el sufrimiento palestino sería, en cierto modo, ambiguo o autoinfligido. Ese encuadre contribuye a la deshumanización de la experiencia palestina, en la que el duelo y la resistencia son minimizados, rechazados o ignorados.
Esta asimetría narrativa alimenta la impunidad y garantiza que Israel nunca sea designado como responsable de sus acciones.
1Ver Achille Mbembe, “Nécropolitique”. Raisons politiques, 2006, n° 21 (1), pp. 29-60.
2Samah Dweik, “Palestinians vow to defend graves in Jerusalem cemetery”, Al-Jazeera, 31 de octubre de 2021.
3NDLR. La Corte Suprema acumula las funciones de tribunal de apelación en materia penal y civil y de Alta Corte de Justicia. La Alta Corte es competente en primera instancia para el control de las medidas gubernamentales y la constitucionalidad de las leyes.